I’ll wait for you there
Like a stone
I’ll wait for you there
Alone
(Chris Cornell, Like a stone)
“Denying the constant (though imperceptible) changeability of rocks, Western thought has most often identified stone as the binary opposite of, rather than a complement to, things recognized as animate”
(Chen, Animacies: Biopolitics, racial mattering, and queer affect)
La sesión pasada decidimos juntar tres lecturas que, en principio, poco tenían que ver entre sí. El motivo por el cual las agrupamos fue porque las tres se tratan de trabajos que continúan o dialogan directamente con los desarrollos de Foucault, en este caso, desde los estudios poscoloniales, queer y el feminismo. Los textos fueron Necropolitics de Mbembé (2003), Animacies de Chen (2012), y una entrevista realizada a Elizabeth Grosz (2017) llamada Geopower, Inhumanism and the Biopolitical. Cada uno de éstos se proponen pensar el biopoder desde diferentes ángulos: la necropolítica, la animacidad y el inhumanismo que encarna el geopoder. En este post me gustaría no hablar de ellos por separado sino hacer el esfuerzo de buscar posibles conexiones. El como una piedra de Cornell será el hilo del cual tiraré para desplegar esta continuidad. No me interesa determinar lo común de estos textos, sino trazar un continuum que responda a aquellas cosas que vengo pensando en torno al papel de la muerte animal y sus restos fragmentados en la política humana. Asumiendo que toda tarea hermenéutica supone ciertas desviaciones, trataré de forzar lo menos posible las interpretaciones, intentando que fluya el escrito de modo que pueda entrar en diálogo con las propuestas que tenemos entre manos sin tergiversarlas.
A partir del biopoder
Mbembé se pregunta si la noción de biopoder es suficiente para dar cuenta de los modos contemporáneos mediante los cuales la política, bajo la guía de la guerra, de la resistencia o de la lucha contra el terrorismo, hace del asesinato del enemigo su objetivo primario absoluto. Partiendo de la idea que la modernidad produjo múltiples conceptos de soberanía y, por tanto, de biopolítica, plantea que la crítica política de la modernidad tardía ha privilegiado, desafortunadamente, ciertas teorías normativas de democracia y ha hecho de la razón uno de los elementos más importantes tanto del proyecto de modernidad como del topos de la soberanía. Así, esta perspectiva ha definido la política tanto como un proyecto de autonomía, como el logro del acuerdo entre una colectividad a través de la comunicación y el reconocimiento. Dentro de este paradigma la razón es la verdad del sujeto y la política, el mero ejercicio de la razón en la esfera pública. El romance de la soberanía, en este caso, dice Mbembé, descansa sobre la creencia de que el sujeto es el amo y el autor controlador de su propio significado, así la soberanía es definida como auto-institución a la vez que como auto-limitación. Asumiendo que éste es tan sólo uno de los significados posibles de soberanía, se centrará en aquellas figuras de soberanía cuyo proyecto central no es el esfuerzo por la autonomía sino la instrumentalización generalizada de la existencia humana y la destrucción material de los cuerpos y poblaciones humanas. Estas figuras, lejos de ser anormalidades, constituyen el nomos del espacio político en el cual nosotros aún vivimos. En lugar de considerar la razón como la verdad del sujeto, podemos hallar otras categorías fundacionales menos abstractas tales como la vida y la muerte.
Por su parte, Mel Y. Chen se enmarca en la tarea de reconsiderar las condiciones precisas de la aplicación de la “vida” y la “muerte”. Su punto de partida es el siguiente: si el continuo replanteamiento de los límites propios de la vida y la muerte produce sorprendentes redefiniciones, entonces hay consecuencias para aquella “materia” de la biopolítica contemporánea. En esta dirección, se propone ampliar los límites de la categoría biopoder introduciendo la dimensión de género y raza, apostando a una categoría que pueda dar cuenta del componente de interseccionalidad de la política en la redefinición de estas vidas y muertes. Su trabajo se basa en los recientes debates sobre la sexualidad, la raza, el medio ambiente y el afecto para considerar cómo la materia que se considera insensible, inmóvil, o en ocasiones “errónea” o “fallida” anima la vida cultural de formas importantes. De esta manera interroga cómo la frágil división entre lo animado y lo inanimado —esto es, más allá de lo humano y lo animal— es producida y vigilada trazando importantes consecuencias políticas de esa distinción. Así, apoyada en la teoría queer, propone tomar la noción de animacidad. Ésta ha sido descrita de diversas maneras como una cualidad de agencia, conciencia, movilidad y vivacidad.
En las últimas décadas, la animacidad se ha convertido en un término ampliamente debatido dentro de la lingüística, y es en realidad dentro de esta disciplina donde la animacidad ha sido con más énfasis desarrollada y aplicada. Ésta es un atributo de cualquier lengua, se trata del conjunto de reglas y modos que posibilitan discriminar sustantivos animados de inanimados; comporta toda una serie de relaciones y signos que dotan a un ser de ánima. Un ejemplo que la propia Chen da es la distinción entre “quién” (who) y “qué” (what), el primero hace referencia a personas mientras que el segundo, a objetos. Las lenguas tienen maneras muy diferentes de realizar esa distinción.
Chen propone la idea de animacidad como un medio a menudo sexualizado y racializado de mediación afectiva y conceptual entre lo humano y lo inhumano, lo animado y lo inanimado, ya sea en el lenguaje, la retórica y la imaginería. El ánima, el ánimo y lo animado no son zonas caprichosas de materias indiferenciadas, sino que de hecho funcionan como nociones complejamente racializadas y humanizadas. Los motivos por revisar el concepto de animacidad son reales e inmediatos sobre todo porque la coherencia del “cuerpo” es continuamente disputada. ¿Cuál es, por ejemplo, la línea que divide al feto a menudo categorizado como un ser que “aún no vive” y un sujeto infantil que tiene derechos? ¿De qué maneras se considera que los estados vegetativos persistentes están en, cerca o más allá del umbral de la muerte? Asumiendo esta perspectiva y enfoque es que se pregunta cómo podemos pensar de manera diferente a los cuerpos si los animales no-humanos y aquellos seres inanimados fueran encajados en el pliegue biopolítico.
Por su parte Grosz, tomando planteos del propio Foucault, sostiene que hay algo más que biopoder. El biopoder, dice, es el poder sobre la vida que la regula desde fuera. Pero existe otra fuerza que no tiene afuera, ni lugar ni tiempo, se trata del geopoder: la fuerza de las fuerzas, de la tierra en sí. Se trata de fuerzas que nosotros los humanos tratamos de organizar, controlar y predecir pero las cuales sin embargo no pueden ser del todo dominadas dado que la tierra aparece como el fundamento y la condición para toda acción humana y no humana. En en esta dirección que Grosz introduce la idea de lo inhumano. Esto no puede ser entendido como lo opuesto a lo humano, sino como su precondición y el exceso dentro de lo humano. Así aparece como una fuerza creativa e inventiva de carácter impersonal. Quizá sea ésta la razón, dice Grosz, que justifique la necesidad de regulación biopolítica. El biopoder requiere como su otro precisamente a lo inhumano, al que pretende hacer su objeto de regulación. En otras palabras, es lo inhumano en el humano aquello que resiste la biopolítica. Lo inhumano dentro de lo humano, en tanto que resistencia, es la fuerza creadora que permite a los humanos transformar sus condiciones de existencia, haciendo, creando e inventando.
Como una piedra
Para explicar cómo funciona la animacidad lingüísticamente, Chen pone el siguiente ejemplo: “the hikers that rocks crush”. Esta frase en ciertas condiciones deviene problemática debido a que asigna un lugar pasivo a los excursionistas (the hikers) y un lugar activo a las rocas (rocks) quienes son las que realizan el acto de aplastar (crush). La dificultad de procesar esta frase reside en la inanimacidad de las rocas. La expresión “the hikers that rocks crush” otorga animacidad a unos series supuestamente inertes como las rocas. Esta posición relacional de las cosas en una situación dada le permite realizar la pregunta sobre que pasaría si los animales no humanos o incluso aquellos humanos estereotipados como pasivos tales como las personas con discapacidades físicas o cognitivas entrasen a formar parte de los cálculos de la animosidad.
Chen propone utilizar la animacidad como construcción central, en lugar de categorías tales como “vida” o “vivacidad”. Según la autora, esto nos ayudaría a teorizar las ansiedades actuales en torno a la producción de humanidad en los tiempos contemporáneos, particularmente, con respecto a “los compañeros de la humanidad en el crimen definicional“. Enseguida enumera esos socios o compañeros: animalidad, nacionalidad, raza, seguridad, ambiente y sexualidad. El concepto de animacidad es presentado como una categoría capaz de incentivar nuevas formaciones teóricas que dificulten y deshagan ciertos binarismos tales como dinamismo / estático, vida / muerte, sujeto / objeto, discurso / no-discurso, humano / animal, cuerpo natural / cyborg. Como afirma Chen, la animacidad es mucho más que el estado de ser animado, y es precisamente la ausencia de un consenso alrededor de su significado lo que lo deja abierto a la investigación y a su resignificación.
Chen, cita a Carolyn Dean para afirmar que las tradiciones occidentales suelen no reconocer un “continuum de animacidad”, negando la constante aunque imperceptible mutabilidad de las rocas, el pensamiento occidental a menudo ha identificado la piedra como el opuesto binario, en lugar del complemento, de las cosas reconocidas como animadas. Las piedras, sostiene Chen, así como otros seres inanimados ocupan una posición escalar (cercana a cero) en la jerarquía de animacidad y no están excluidos de ella por completo.
Como vimos más arriba, Grosz hace particular hincapié en ampliar nuestra concepción de la política introduciendo aquellas fuerzas inhumanas que suelen quedar por fuera del cálculo político. Lo inhumano aparece como una diversidad de seres, animales y seres inertes (dead beings), vivos y no vivos, que forman parte de las vicisitudes de las situaciones, algunas de las cuales devienen políticas. Asimismo, estas entidades son traídas por ella como seres constituyentes de lo humano, al fin de cuenta la humanidad está hecha de elementos no humanos o inhumanos como prefiere llamarles. Por lo general, solemos ligar la vida a la historia pero no tenemos en cuenta su contexto geográfico. Como afirma Grosz, el ‘geo’ del geopoder es la inversión del ‘ego’ de la política antropocéntrica. Lo geológico provoca vida en la medida que es metaestable, en la medida que es un proceso continuo de diferencias de flujos entre diferentes fuerzas inorgánicas (electromagnéticas, químicas, etc.) que son el caldo de cultivo y las condiciones para la emergencia de un ambiente para lo vivo. Así, la vida es siempre de la tierra y permanece afectada por la tierra y sus fuerzas, aún cuando genera una especie de “mineralidad” de orden superior, una circulación geológica diferente.
Mbembé está preocupado directamente por la muerte humana y cómo ésta forma parte de la política. Es en esta dirección que pone en escena el ejemplo del martirio en la causa palestina y que me gustaría utilizar para pensar esta dimensión inhumana propuesta por Grosz. Al respecto dice que el candidato a mártir transforma su cuerpo en un disfraz que encubre una bomba. A diferencia de otras armas como los tanques o los misiles, el arma adaptada a la forma del cuerpo es totalmente invisible, al punto que forma parte del mismo cuerpo —esto, en parte, porque la bomba-cuerpo es una trampa para otros—. Tan es así, que al mismo tiempo que detona el explosivo aniquila el cuerpo de su portador llevándose consigo el cuerpo de los demás. El cuerpo no sólo esconde el arma, sino que el cuerpo es el arma. De esta forma, la materia del cuerpo o la materia que es el cuerpo, está investida de propiedades que no pueden deducirse de su carácter de cosa, sino de un nomos trascendental fuera de él. El cuerpo sitiado se convierte en un pedazo de metal cuya función es, mediante el sacrificio, alcanzar la vida eterna al ser. El cuerpo se duplica y, en la muerte, literalmente y metafóricamente escapa al estado de sitio y ocupación. El cuerpo-bomba no sería tal si la idea de la trascendencia y la emancipación del pecado que supone matar a otro. En la explosión el cuerpo se consagra y libera a pesar de provocar su desaparición como unidad orgánica y su transformación en pequeños fragmentos que acompañan los metales de la bomba en la mutilación de otros cuerpos. Es así como aquella idea-afecto de liberación vuela por los aires junto a aquellas esquirlas.
Volviendo a los planteos de Chen, quien cita a Jane Bennett, en su libro Vibrant Matter, el afecto se extiende a los cuerpos no-humanos, orgánicos o inorgánicos, afirmando que el afecto es parte de la materialidad de los cuerpos y no un simple componente aditivo. La animacidad aparece como un tipo específico de constructo afectivo y material que no sólo no es neutro en relación con los animales, los seres humanos y las cosas vivas y muertas, sino que es moldeado por la raza y la sexualidad. Para Grosz, los afectos, pensamientos e ideas forman parte de lo inhumano. Es así como nosotros estamos inmersos en fuerzas inhumanas tanto dentro como fuera de nosotros. Si asumimos que nuestra identidad está inscrita en este orden inhumano, ¿cómo comprender lo que somos, la naturaleza que nos rodea y la que llevamos dentro, así como la política que nos posiciona con ese conjunto de relaciones inmanentes?
El devenir animal
Una línea a explorar puede ser el devenir animal. En Mbembé este devenir aparece bajo su forma negativa: la necropolítica supone una práctica de extensión del derecho de muerte sobre aquellas vidas que habían sido previamente cualificadas y que retornan a su estado animal. La animalidad aparece como el punto cero de la política y es en ese devenir animal que los cuerpos humanos son provistos de atributos no humanos para constituirse en objetos de muerte. Esta visión negativa de la muerte contrasta con los intentos que el propio Mbembé realiza para aproximarse a una visión positiva. Partiendo de Hegel, muestra cómo el ser humano deviene sujeto —es decir, se separa de lo animal— en el esfuerzo y el trabajo a través del cual se confronta con la muerte, comprendida como la violencia de la negatividad. Este movimiento supone que la vida no le teme a la muerte sino que ésta la asume junto al vivir como propios. Es en este punto de su argumento que incluye a Bataille para escapar del influjo negativo: la vida es defectuosa sólo cuando la muerte la ha tomado como rehén, la vida misma existe sólo en ráfagas y en intercambio con la muerte. Esta recurrencia y concurrencia entre una y otra supone darle un papel activo al segundo de los términos. Aunque destruya lo que iba a ser, anule lo que se suponía que continuaba siendo, y reduzca a nada al individuo, la muerte no será la aniquilación pura del ser. Más bien por el contrario, es autoconciencia. E incluso más, la muerte escapará de la economía de la negatividad puesto que ella misma es anti-economía; la muerte es la exuberancia del exceso y el exceso va en contra de la utilidad. Precisamente, para Bataille, la vida más allá de la utilidad será el dominio de la soberanía.
Vale la pena advertir que el problema que Mbembé tiene entre manos es uno muy preciso, la relación entre política y muerte en aquellos sistemas que pueden funcionar únicamente en estado de excepción o emergencia. De ahí los ejemplos que tome para ilustrar su punto de vista: la plantación colonial y la Franja de Gaza. Pero su preocupación no se centra en las víctimas ni tampoco exclusivamente en el acto de la muerte, sino en la relación que posibilita la emergencia de aquellas sociedades donde la muerte comporta un elemento cotidiano de la política.
Una de las formas de negación de la cualificación de la vida se encuentra en la estructura de la plantación colonial. Como dice Mbembé, la humanidad del esclavo aparece como una perfecta sombra, su condición de tal es resultado de una triple pérdida: pérdida del hogar, pérdida de los derechos sobre sus cuerpos y pérdida del estatuto político. De esta manera, la plantación es un espacio donde el esclavo pertenece al amo, no es una comunidad ya que para que lo fuera sería necesario el ejercicio de poder hablar y pensar. Como instrumento de labor, el esclavo tiene un precio y como propiedad, un valor. Esta condición subrayada por Mbembé nos permite visualizar un aspecto central de la matanza de vacas: para que una vaca pueda ser matada primero tiene que ser propiedad privada (de ahí que el abigeato sea un delito contra la propiedad y no contra la vida). Pero a diferencia de las vacas, lo que nos dice Mbembé es que el esclavo es sujeto a una constante injuria y a un permanente terror como forma de reificar esa condición de sombra. La violencia se convierte en costumbres, como azotar o tomar la propia vida del esclavo: un acto de capricho y pura destrucción destinado a infundir terror en el conjunto. La vida esclava es una forma de muerte-en-vida (sobre este aspecto y sus posibles intentos de comparación con la matanza animal lo discutiremos en otro post cuando trabajemos algunos textos específicos centrados en la ontología de los vivientes frente a este tipo de muertes).
Para no quedarnos con una idea de la completa cosificación de la vida, citaré textualmente un párrafo de Mbembé donde se muestran ciertas prácticas que fugan de esta relación de constante sometimiento y dan cuenta de la emergencia de la vida más allá de su negación:
“In spite of the terror and the symbolic sealing off of the slave, he or she maintains alternative perspectives toward time, work, and self. (…) Treated as if he or she no longer existed except as a mere tool and instrument of production, the slave nevertheless is able to draw almost any object, instrument, language, or gesture into a performance and then stylize it. Breaking with uprootedness and the pure world of things of which he or she is but a fragment, the slave is able to demonstrate the protean capabilities of the human bond through music and the very body that was supposedly possessed by another” (Mbembé, 2003: 22)
Esto último se liga a lo que Grosz insiste, la idea de lo inhumano como resistencia al biopoder expresado en el arte y la tecnología o, como dice ella, en la tecnología como arte. Cualquier objeto, instrumentos, lenguaje, gestos son los materiales del trasvase de esa barrera de des-posesión. A los ojos de los conquistadores, dice Mbembé, la vida salvaje es sólo una forma de vida animal, de hecho, de acuerdo con Arendt, lo que hace a los salvajes diferentes de otros seres humanos es menos el color de su piel como el temor de que ellos se comporten como parte de la naturaleza, que ellos la traten como a su indiscutible ama (pp. 24). La realización de ese miedo sólo es posible con una conexión orgánica con la tierra expresada en la articulación de múltiples elementos inhumanos como el tambor, el fuego o el sudor de los cuerpos.
La animacidad, si bien lo incluye, va más allá de la cuestión animal. Chen sostiene que este concepto ha permanecido bajo la sombra en las discusiones filosóficas de occidente. La noción de ánima de Aristóteles, una suerte de sutil presagio acerca de los debates actuales sobre el estatuto preciso de animales y cosas, proponía que el alma podría ser un principio animador para humanos, animales y vegetales pero no para materias sin vida tales como las piedras. Aristóteles provocativamente incluye a los animales como poseedores de alma, proponiendo la mezcla de dos disciplinas de pensamiento la psicología y la biología. Llevando al extremo los planteos de Aristóteles, sostiene, es posible concebir algo como el “afecto” de un vegetal, en el que tanto la receptividad del vegetal a otros afectos y su capacidad de afectar a otros fuera de sí mismo, tanto como su propio principio animador y su capacidad de animarse a sí mismo, devienen consideraciones viables (Chen, 2012: 4). En Grosz la animalidad se diluye dado que el centro de su planteo reside en el papel de lo mineral y las fuerzas de la tierra en la composición de la vida en general más allá de la propia humanidad.
La infraestructuración de la tierra y de la muerte
Hemos identificado un aspecto clave para el problema que nos preocupa, el papel de la muerte masiva animal en la composición de las sociedades y el estado moderno. Se trata de la intervención técnica sobre la tierra, que tiene como consecuencia su diagramación y con ello, la diagramación de los procesos de vida y muerte. Esto está presente, en cierta medida en Grosz en su noción de geopoder y con mayor claridad en Mbembé. En él las prácticas del necropoder suponen siempre una intervención sobre la tierra. Un conquistador, que intenta legitimar su permanencia, opera sobre la diagramación del territorio estableciendo complejos sistemas de taxonomizaciones que definen quién se es según dónde, cómo y cuándo se está. No es la vida en sí lo que es objeto de poder sino es el devenir de la vida y su circulación por esa territorialidad de muerte. La muerte deja de ser un simple límite y pasar a ser un principio de ordenamiento que tiene como fundamento instalar la amenaza de muerte como principio de des-subjetivación. De este modo, la necropolítica de Mbembé transfiere el problema biológico del poder a la tierra, de ahí que haga referencia a las topografías de crueldad (pp. 40).
Instalar un dispositivo de vida y muerte supone intervenir el espacio mediante el trazado de ciertas líneas que dispongan un tipo u otro de movilidad, regule el movimiento y el traslado de ciertos cuerpos y defina sus velocidades. En Necropolitics se habla explícitamente de la instalación de una serie de infraestructuras de muerte que convierten el espacio físico en una intensa maquinaria de matar. Una carretera separa en dos el espacio de la vida palestina, posibilitando el desplazamiento a gran velocidad de los pobladores israelíes en sus coches; quienes quieran atravesarla para contactarse con el resto de la comunidad lo podrán hacer por dos pequeñas puertas, exponiéndose a morir atropellados. El trazado urbano del apartheid sudafricano es otro ejemplo de aquellas distinciones que encierran a ciertos cuerpos en el espacio, distribuyendo espacios de negros y blancos, espacios de trabajo y vida.
En la siguiente cita esta idea queda mucho más clara:
“Colonial occupation itself was a matter of seizing, delimiting, and asserting control over a physical geographical area—of writing on the ground a new set of social and spatial relations. The writing of new spatial relations (territorialization) was, ultimately, tantamount to the production of boundaries and hierarchies, zones and enclaves; the subversion of existing property arrangements; the classification of people according to different categories; resource extraction; and, finally, the manufacturing of a large reservoir of cultural imaginaries. These imaginaries gave meaning to the enactment of differential rights to differing categories of people for different purposes within the same space; in brief, the exercise of sovereignty. Space was therefore the raw material of sovereignty and the violence it carried with it. Sovereignty meant occupation, and occupation meant relegating the colonized into a third zone between subjecthood and objecthood” (Mbembé, 2003: 25)
Quería detenerme brevemente en el ejemplo de la Guillotina que da Mbembé. Me parece que es un ejemplo histórico de lo más interesante, es también, en cierta medida, la última gran puesta en escena de la muerte en público en Occidente. En Francia el advenimiento de la guillotina marca una nueva fase en la democratización de los medios de la eliminación de los enemigos de estado: esta forma de ejecución que era exclusiva de los nobles es extendida a todos los ciudadanos. En ese contexto donde la decapitación es vista como menos degradante que el ahorcamiento, ciertas innovaciones en las tecnologías de la muerte apuntan no sólo a civilizar los medios para asesinar, sino a posibilitar la eliminación de un gran número de víctimas en intervalos de tiempos muy cortos. Esto nos resulta relevante al momento de pensar el dispositivo de la matanza masiva de vacas. Este tipo de tecnologías modifican la relación con la muerte, posibilitando la proeza de segar una multitud de vidas con un costo afectivo y económico muy bajo.
Al analizar la figura del sacrificio del mártir, Mbembé trae nuevamente a George Bataille. Para éste el sacrificio no revela nada, simplemente es la manifestación de la absoluta negatividad. La muerte revela el lado animal del sujeto, al que también se refiere como “el ser natural” del sujeto.
A modo de cierre
La animacidad aparece como un modo de acercamiento a otro ser, como la manera en que es puesta a jugar, en una relación determinada, una escala de valor que asigna una posición activa o pasiva, considerando todos sus matices, a los términos de la relación. La animacidad es un atributo lingüístico que permite distinguir y, con ello, enactar la distinción entre seres animados e inanimados, por ejemplo quién o qué define que alguien es sujeto y algo es objeto o cosa, esta distinción lingüística establece una posición ontológica determinada a un ser y otra a otro. Pero la animacidad también es una predisposición cognitiva que posibilita establecer una manera singular de vincularnos con una situación y de producir las condiciones de nuestra propia limitación en la misma. En este sentido, trasciende el mero acto lingüístico pasando a formar parte de la dinámica política cotidiana que asigna posiciones a las entidades del problema y que se asocia con las dinámicas racistas que describía Foucault en la Undécima Lección de Genealogía del racismo o Society Must Be Defended.
Los conceptos trabajados ponen en cuestión la noción de biopoder de distintas maneras. En un caso, marcando su limitación al momento de no prestar atención a ciertos procesos políticos basados no en la producción de la vida sino en la producción de la muerte. En otro caso, ampliando su alcance incorporando aspectos y seres considerados no vivos en su alcance. En el tercero de ellos, limitando su despliegue dando cuenta de las fuerzas que lo condicionan. Ninguno de los planteos niegan la categoría sino dialogan con ella intentando pensar la inclusión y participación de otros seres: esclavos, palestinos, minerales, juguetes con plomo, enfermedades raras.
Como vimos con Grosz y Mbembé, el poder y la política no pueden ser pensados sin su relación inmanente con la tierra. En este diálogo la noción de animacidad, usándola en buena medida, puede aportar a pensar y hacer visible la participación de estas fuerzas inhumanas catalogadas como no-políticas. Sin duda, estos planteos nos permiten pensar los desbordes de la política etno-antropocéntrica, nos convidan a ampliarnos a nosotros mismos para pensar otras formas de relación políticas.
Referencias
Chen, M. Y. (2012). Animacies: Biopolitics, racial mattering, and queer affect. Duke University Press.
Grosz, E., Yusoff, K., & Clark, N. (2017). An Interview with Elizabeth Grosz: Geopower, Inhumanism and the Biopolitical. Theory, Culture & Society, 0 (0) 1-18.
Mbembé, J. A., & Meintjes, L. (2003). Necropolitics. Public culture, 15(1), 11-40.